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PENSAR SIN NOMBRE

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OBRA EN PROCESO /ŒUVRE EN COURS

WORK IN PROGRESS

2025

Texto de sala:

PENSAR SIN NOMBRE / CARROZA 2025

 

Cada ser humano nace con un cuerpo, con un sexo que la biología define a través de cromosomas, hormonas y órganos. El sexo es solo el inicio de un camino. Más allá del cuerpo, existe el género, que no es biología sino identidad, construcción social y experiencia íntima. El género no se limita a lo masculino o lo femenino; puede ser fluido, cambiante, múltiple o incluso ausente. Así, cada persona descubre y nombra su lugar en el amplio abanico de las identidades.

Junto a la identidad de género, cada ser humano también siente su orientación sexual, esa brújula íntima que indica hacia quién surge la atracción, el deseo o el amor. Puede ser hacia un género, hacia varios, hacia todos o hacia ninguno. Heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, pansexualidad, asexualidad… las categorías no son cárceles, son caminos para nombrar la diversidad del deseo humano.

Esta realidad evidencia que todas las formas de ser y amar tienen dignidad y defiende que la identidad puede fluctuar como las mareas. Ser libres en nuestra identidad y en nuestro deseo significa también ser responsables: construir relaciones basadas en la libertad, el respeto y el consentimiento mutuo. No importa si amamos a alguien del mismo género, de otro, o más allá de esas categorías; lo que da sentido es la autenticidad de ese vínculo. Porque la diversidad no divide: enriquece.

Los colores del arcoiris son símbolos vivos de esta verdad. Iluminan la vida. Además podemos habitar otros: el rosa de lo femenino, el azul de lo masculino, el púrpura como mezcla, el blanco como ausencia y el negro como totalidad. La identidad, como la vida, no es fija: es movimiento.

La vida es un viaje. Nacemos, exploramos quiénes somos, descubrimos a quién deseamos, a quién amamos, nos equivocamos, reímos, sanamos y seguimos caminando. El sentido está en vivir con libertad, en amar sin miedo, en respetar la diversidad que encontramos en el camino. Y cuando el viaje termine, no será un final oscuro, sino el tránsito, donde los colores de nuestras experiencias se funden en un horizonte mayor.

Quien ha vivido fiel a sí mismo, quien ha amado con libertad, no teme a ese último viaje. Porque sabe que lo único que permanece no son las etiquetas ni las definiciones, sino las huellas de respeto, amor y autenticidad que ha dejado en los demás. La muerte no borra los colores: los transforma en memoria, en legado, en espíritu.

La existencia humana, con su diversidad de sexos, géneros y orientaciones, se revela como un espectro cromático eterno: cambiante, múltiple, lleno de matices. Y la verdadera plenitud consiste en atreverse a ser, a amar y a vivir en libertad hasta el último instante.

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